Recordando a Pino Daniele

Por Mario Nocerino

La década de los 70 coincide con el período en el que viví mi ciudad más intensamente, y comenzó con la aventura de la escuela secundaria en un barrio diferente respecto a donde me crie. 

Recuerdo la gran emoción de encontrarme con mis nuevos compañeros de clase, de respirar ese aire de "laboratorio cultural y político" y de ser una granja de ideas que caracterizaba a muchas escuelas secundarias en aquellos años. 

Uno de los primeros encuentros fue con Lino, un chico que tenía un equipo estéreo muy especial, con tocadiscos Technics y altavoces Bose, una pasada para aquellos que, como yo, ¡ni siquiera teníamos ese equipo de música que se pagaba por cuotas a través de la revista Reader’s Digest!
 

Lino me introdujo en el rock progresivo italiano y extranjero y en los sonidos de la costa oeste. Desde entonces, y durante muchos años, nunca me he perdido un número de la revista semanal Ciao 2001 o un episodio radiofónico de la serie Per voi giovani.
  

  

Durante esos años, en Nápoles, hubo mucho fermento musical. Los Showmen de Mario Musella ya habían dejado claro que algo estaba cambiando cuando, en 1967, sacaron Un'ora sola ti vorrei, una pieza con sonidos blues enriquecida por la voz "negra por la mitad" del cantante. Luego llegó Osanna con su rock progresivo, Edoardo Bennato con un cruce entre el rock&roll y el blues, Napoli Centrale, una formación que incluía a los mejores intérpretes de origen napolitano (Enzo Avitabile, Tullio De Piscopo, James Senese, Tony Esposito, etc.), pero con un aliento musical que cruzaba las fronteras para conectar con las "good vibes" de ultramar.
 

Fue allí donde un joven comenzó a dar sus primeros pasos, un joven cuya guitarra y blues le habían metido extrañas ideas en la cabeza, convenciéndole de que inventaría un nuevo lenguaje musical fusionando la tradición de su patria con la música de los negros americanos, con trazas del paso de los sarracenos por el sur de Italia. Y lo logró, también gracias al uso del dialecto napolitano con una métrica y un timbre completamente nuevos, el "tarumbò", como él mismo lo había bautizado. 

Así nació la estrella de Pino Daniele (19 de marzo de 1955 - 4 de enero de 2015), y comenzó a brillar con la alegría de la canción Che calore, que las notas de su Gibson Hummingbird acústica hicieron tan agradable. Dejé definitivamente mi ciudad en 1979, y recuerdo que la última noche que pasamos con los amigos en el muelle de Mergellina cantando las canciones de nuestro joven compatriota (¡Je so' pazzo era, a estas alturas, nuestro himno!). Después de un tiempo pasado viajando por el mundo, a principios de los 80 me instalé en Milán donde, contagiado por el dinamismo y la visión internacional de la ciudad, con un grupo de amigos, fundé a un club que, con el ambiente y a cocina que ofrecía, evocaba el típico clima Tex-Mex. Un lugar donde, a lo largo de los años, aterrizaron numerosas personalidades de la música, la moda, el deporte y el entretenimiento. Era probable, por lo tanto, que tarde o temprano llegara el muchacho napolitano que, armado con su talento y sus guitarras, había recorrido un largo camino coleccionando también numerosas colaboraciones con grandes nombres de la música, tanto italianos como extranjeros.
  

   

Y ese momento llegó a finales de 1993. Para entonces Pino ya había lanzado muchos álbumes, alejándose gradualmente de la única forma expresiva de la música napolitana y contaminándose con otros sonidos.  

Sus colaboraciones artísticas en 1982 con Wayne Shorter y Alphonso Johnson para el álbum Bella 'Mbriana, en 1983 con Richie Havens para Common Ground y con Gato Barbieri para Apasionado, en 1984 con Nana Vasconcelos y Mel Collins (ex King Crimson), en 1988 con
Night of Guitar por toda Europa con Randy California, Pete Haycock, Phil Manzanera y muchos más, le había dado el estatus de músico ahora firmemente establecido en el Gotha internacional.
 

Entró en mi club en compañía de Nicola, un viejo masajista siciliano amigo mío. Pino mantenía una actitud muy reservada, casi malhumorada, hacia los que no conocía bien. Sufrió mucho por la presión de los medios de comunicación y la curiosidad de la gente, necesitaba saber quién eras para decidir si confiar y ser él mismo, o mantenerte a distancia. Sin embargo, estaba allí, sin personal ni guardaespaldas, con absoluta sencillez, y había venido a comer una hamburguesa con un amigo.  

  

Cuando abracé a Nicola para saludarle, se quedó un paso atrás, casi como si no quisiera ser indiscreto, luego se pegó al brazo de mi amigo y llegó a la mesa (descubrí entonces que tenía serios problemas de vista). No tardamos mucho en romper el hielo, y Nicola, con una gran sonrisa, me puso la mano en el hombro y, volviéndose hacia Pino, dijo: "Mario es un verdadero amigo, nunca le he oído hablar mal de nadie, y además es de Nápoles, como tú...". "Entonces, si eres amigo de Nicola, eres de Nápoles y no hablas mucho, siéntate con nosotros...", dijo.
   

Ese fue el primero de una serie de encuentros que tuvieron lugar en mi restaurante y el comienzo de una relación que, quiero decirlo inmediatamente, nunca llegó a ser una profunda amistad, pero que dio, creo que a ambos, momentos de alegría y despreocupación. Recuerdo que le dije que, con sus Gibsons, la Les Paul Custom negra y la ES-175CC, había escrito la banda sonora de toda una generación de italianos y que, con sus vastas y variadas colaboraciones internacionales, haciéndonos sentir a todos como ciudadanos del mundo.  

  

Escuchaba con una sonrisa, sabía que no había espíritu de adulación en esas palabras. Pino Daniele era así, si conectabas con él, te hacía sentir como si estuvieras hablando con alguno de tus amigos. Una vez me dijo que había recomendado a su hijo que fuese al Instituto de Hostelería, porque era una escuela capaz de dar conocimientos y habilidades concretas, y luego me preguntó: "¿Qué dices, Mariolino, hice bien? A lo mejor le puedes contratar tú, ¡así sé que está en buenas manos!". Interpreté sus palabras como las de cualquier padre que se preocupara por el futuro de su hijo, como una persona sencilla con los pies en la tierra.
   

La misma sencillez con la que, una noche, vino a visitarme con Lorenzo Jovanotti en el momento en que preparaban la gira juntos con Eros Ramazzotti, sacó de su estuche su guitarra acústica, una Morgan Monroe, y tocó para mí sólo Quando. Otra vez nos encontramos por casualidad en una tienda. Me acerqué mucho a él porque pensé que, de lo contrario, no me habría reconocido, pero él, sonriendo, me dijo: “No te preocupes, te reconozco por tu voz y, por si fuera poco, ¡también por el perfume que llevas siempre! Tarde o temprano tendrás que darme una botella de este Patchouly”.
  

  

Nos vimos cada vez menos a lo largo de los años, hasta el punto de perdernos por completo. La última vez fue en un club que acababa de abrir a finales de los 90. Vino con todo el staff, y al irse me abrazó diciendo: "...Mariolino, este lugar será afortunado porque yo traigo buena suerte!"
  

Lo he estado siguiendo a distancia desde entonces. Sus conciertos con Eric Clapton, los diálogos guitarrísticos con Joe Bonamassa en el Crossroads Festival con su Suhr Pro Series S1 Olympic White, hasta el reencuentro con sus amigos músicos en la Piazza del Plebiscito de Nápoles.
  

Adiós Pino, todo el mundo te echa de menos, sobre todo los que tuvimos la suerte de conocerte un poco más, como me pasó a mí. Tal vez ahora estés ahí arriba haciendo arpegios con tu Framework o Avalon-Paradis o unos riffs con una Paul Reed Smith Hollowbody. Después de todo, como solías cantar, "...cuando alguien se va, queda el amor alrededor..."
  

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