My Goal's Beyond/Black Light (1971/2015)

John McLaughlin

Hay quien hace de la búsqueda de la belleza el objetivo principal de su existencia. John McLaughlin (Doncaster, UK, 1942) es uno de los que eligió una guitarra para alcanzarla a través de la música. Un pionero constante en busca de aventuras al galope de las seis cuerdas -o doce, o las que sean-con las que ha recorrido el mundo, desde su isla natal hasta Andalucía, más que una simple escala en su peregrinaje artístico y personal que le llevaría a la India. Sonidos y experiencias que se mezclaron con el jazz y los clásicos con que había llenado su mochila. La fusión de oriente y occidente.

En 1971, McLaughlin formaba ya parte de la legión de músicos norteamericanos y europeos que buscaban el paraíso en una puesta de sol en las playas de Goa. Es una historia bien conocida en la que los Beatles encabezaban la manifestación. Para el joven guitarrista británico era, desde luego, mucho más que una moda de jóvenes occidentales con dinero para viajar. Él, como Carlos Santana o Narada Michael Walden, sería rebautizado por su maestro Sri Chinmoy como Mahavishnu al convertirse al hinduismo. Lo suyo era, y es, mucho más profundo.


Cuando grabó My Goal’s Beyond, su tercer disco, ya no era un joven guitarrista trashumante de banda en banda, de maestro en maestro. Él ya lo era y había llegado el momento de demostrarlo con un disco que reúne magistralmente su obsesión por crear instantes de belleza absoluta con el virtuosismo técnico.

En los tiempos del vinilo, en los que los discos tenían dos caras e, inevitablemente, había que hacer una pausa para darle la vuelta, los músicos podían realmente marcar la diferencia entre lo que grababan en cada una de ellas. McLaughlin las aprovechó para mostrar sus dos caras: la de Mahavishnu al frente de una orquesta en la que conviven instrumentos de uno y otro lado del mundo; y la del guitarrista enamorado de su acústica, a la que durante ocho breves canciones propias y ajenas, le dedica, a solas, un rotundo homenaje.

No, por entonces 
Abraham Wechter aún no le había fabricado su famosa Our Lady, la perfección hecha guitarra.  

En 2015, con 45 años de carrera a las espaldas, ha preferido enchufarse. Black Light rescata su periodo más ‘fusión’ junto a su banda actual, 4th Dimension, a saber, Gary Husband a los teclados; Ranjit Baron a la percusión y el bajista camerunés Étienne M’Bappé, con los que ha grabado sus tres últimos discos y a los que da una gran capacidad de maniobra. El quinto corte, 360 Flip, puede ser un buen ejemplo.


La India pilla muy lejos, Andalucía, por suerte, muy cerca, a la altura del sexto tema, El Hombre que Sabía, una maravilla en la que vuelve a brillar la acústica. El McLaughlin de hoy recupera quizá su faceta más asumible y conocida por el gran público, la del jazz elegante de Gaza City, suave como el terciopelo, o la del vibrante Here Comes the Jiis con sus escalas de vértigo que abre Black Light.


En los 40 años que han transcurrido entre su tercer disco y el décimo octavo quizá se haya perdido aquella tremenda carga de espiritualidad que marcaba aquel cruce de culturas musicales en favor de la pura esencia de la belleza, el común denominador entre dos discos que no parecen tan lejanos como nos quiere imponer el calendario. Para ciertas cosas, y para algunas personas, el tiempo no cuenta.          


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