Al estilo de Kurt Cobain

Por Miguel Ángel Ariza

Con el grunge hemos topado. Solemos dedicar esta sección a enumerar unas cuantas guitarras de valor incalculable de uno u otro artista y luego añadimos algunos de sus más preciados amplificadores también, por lo común, de precios astronómicos y muy difíciles de encontrar... Pues bien, no es exactamente lo que ocurre con el caso que nos ocupa hoy, el de Kurt Cobain, quizá la última gran estrella del firmamento del rock, una estrella de otro tiempo, de cuando las bandas grandes como Nirvana vendían millones de discos y, lo más importante, tenían un impacto real en la sociedad en la que habitaban; su música no era ocio, era auténtica cultura.    





Dicho esto, es bastante refrescante indagar un poco en la manera en la que el bueno de Kurt Cobain conseguía su equipo para hacer algún concierto o para sus primeras internadas en el estudio. En el panorama guitarrístico de hoy completamente tecnificado, con miles y miles de euros invertidos en el equipo de hasta la banda más amateur de tu barrio es inspirador ver que Kurt Cobain tenía, tocaba, destruía y volvía a buscar el equipo más barato y que más sonase a “mierda” que pudiese encontrar. Estaba cabreado, y quería hacer mucho ruido; la guitarra y el amplificador con el que conseguirlo le era prácticamente indiferente.    





El día que cumplió 14 años su tío le dijo que eligiese entre una bicicleta vieja o una guitarra aún más antigua que tenía como regalo. No tenía pinta aquel niño rubio delgado de acabar ganando el Tour de Francia así que podemos afirmar que la elección de Kurt fue la correcta y aquella guitarra, una Harmony o una Sears, se convirtió en la primera de muchas guitarras malas que usaría a lo largo de los años. Más tarde comenzaría a comprar a razón de unos 100 dólares la pieza unas Univox Hi-Flyer que solía destruir sin misericordia y acababa por buscar una nueva en tiendas de empeño para la siguiente actuación.
 



Justo antes de la grabación del álbum Bleach se le podía ver con una Epiphone ET270 enchufada a un cabezal de la marca Randall y a una pantalla 4x12 además de comenzar a usar uno de los pedales que marcarían el sonido de Nirvana para siempre: el Boss DS-1, quizá su pedal más característico junto con el Electro Harmonix Small Clone.
 





Durante esta época también se hizo con una de sus guitarras más queridas, una acústica Stella de 12 cuerdas que según nuestro propio protagonista compró por unos 30 dólares y “apenas se mantenía afinada”. Y no creáis que estas guitarras las usaba en su casa para componer y luego iba al estudio y cogía una Martin D-45 del 60; nada más lejos de la realidad, son estas guitarras las que escuchamos en las canciones de Nirvana, concretamente ésta acústica de 30 dólares de la que hablamos es la que usó para grabar Polly.
 

Más tarde, cuando comenzó a ver dinero tras la publicación de Nevermind, llegarían las Fender a su vida pero tampoco penséis que tiró la casa de por la ventana y se compró una decena de Custom Shop. Lo que hizo fue comprarse por fin guitarras hechas para zurdos como él y lo más asequible que encontró fueron Fender Stratocaster japonesas, una Fender Jaguar con dos pastillas Dimarzio instaladas ya antes de que él la adquiriese y la mítica 69 Fender Competition Mustang que hizo suya de por vida al ser la elegida para usarse en el vídeo de Smells Like Teen Spirit. De esta guitarra Cobain llegó a decir que era su guitarra favorita por su reducido tamaño, su mástil fino y “su ineficiencia, su sonido de mierda y su incapacidad de quedarse afinada”, factores que, como habéis comprobado, el más ilustre vecino de Aberdeen siempre supo valorar en una guitarra.